El pasado día 30, corrí mi primera carrera. La San silvestre de mi pueblo. O sea la PerriSilvestre. Y llegué la última.
Llegar la última, en una carrera de 2,5 km, cuando llevas entrenando casi un año, no lo voy a negar, ¡fastidia! No te gusta. Por mucho que lo esperes, que yo lo esperaba, porque se que voy despacio, porque a pesar de la poca distancia, los últimos 500 metros fueron en cuesta arriba, arriba, pues por mucho que lo esperes, la sensación de quedarte la última, sin posibilidad de alcanzar a los demás, desde el principio de la carrera, es una ¡mierda!
No solo iba la última (aunque no iba sola, mi cuñada y un amigo de Perri pueblo me acompañaban en mi último puesto), sino que iba muy por encima de mis posibilidades. Demasiado deprisa para tirar a ese ritmo toda la carrera. Mi pulsómetro llegó a sobrepasar las 200 pulsaciones, y eso, para los no entendidos en esto, es demasiado. Se supone que mi máxima frecuencia cardiaca debería ser de 180.
La sensación fue horrible. Lo único que me salvaba era que estaba tan nerviosa, que el correr como pollo sin cabeza, que es como iba, me ayudó a liberar esa maldita tensión nerviosa. En reposo ya salí con 135 pulsaciones. Me puedo imaginar que habrá gente a la que esto le cause risa, que diga que ¡vaya tonteria de tía soy! que por 2,5 km...que eso no es ná...que ni que hubiese corrido la maratón. ¡Pues para mí es igual que haber corrido la maraton!
Lo pasé fatal, es verdad. No fui capaz de disfrutar en ningún momento de la carrera, porque iba demasiado detrás de la penultima persona, porque ir corriendo y ver que estás al límite no es agradable, porque llevar detrás el patrol de la guardia civil de agobia, porque aunque no quieras tú intentas ir al ritmo de los que más corren, porque me sentía insegura, porque no fui capaz de pensar en ningún momento en la hazaña que estaba haciendo. Durante la carrera nada de lo que había previsto me salió. LLevé mi música., como hago siempre, pero no la pude disfrutar. Es verdad, no corrí sola. En un momento dado, mi cuñada apretó un poco más y nos quedamos mi amigo Fernando y yo. Le dije que tirara si quería, que yo no podia ir más rápido, pero me dijo que él tampoco podía tirar más y que iba muy cómodo yendo al final. Y juntos, de la mano, entramos en la meta. Poco antes en la cuesta arriba, estuve a punto de pararme, de hecho paré de correr en dos tramos, di tres pasos escasos, pero no me permití pararme, y volví a sacar fuerzas de no se donde. Y sus ánimos me ayudaron a llegar. Y la gente gritandonos. Es que éramos los últimos y los penultimos habían pasado hacia al menos 30 segundos. O sea que éramos últimos en solitario. No en pelotón. Detrás nuestro, los guardias.
Y ahora os voy a contar lo que pasó después de pensar que aquello había sido una mierda. Un despropósito, una cagada, un desastre, una cutrez de carrera.
Cuando logré recuperar el resuello lo primero que hice fue ir a buscar a mi compañero de carrera y darle un beso. Luego busqué a mi gente, los que habían corrido también: mi chico, mi hermana y su marido, la hermana de mi novio y su marido. Todos ellos habían participado porque yo me propuse el reto de hacerlo hace un año. Yo estaba cabreada, me sentía fracasada, mal, dije que aquella carrera me había quitado las ganas de seguir corriendo. Que había sido un desastre. Seguía ciega.
Hasta que me dijeron el tiempo en el que YO había hecho la carrera y ví, que me había superado a mi misma ¡de una forma espectacular! El día antes, que estábamos todo el rato planeando la perrisilvestre, mi cuñado murciano, un runner experimentado que ha corrido hasta la maratón de New York, me puso un tiempo en el que según él tenía que acabar. Yo me reí y dijé que ni de coña. Y lo superé.
Pero eso, el ir más rapido, no es lo importante. Para nada. Ése es el error.
Cuando fui capaz de serenarme, empecé a disfrutar. Me di cuenta de que sólo un año antes hubiese sido incapaz de correr 100 metros. Que a pesar de que me quedé atrás, apreté, me superé, no me rendí. fui capaz de seguir, de sacar fuerzas de mi interior que no tenía ni idea de que estaban ahí. Llegué al final porque en realidad sí supe dosificarme, porque los entrenamientos de todo un año, me sirvieron para saber que yo soy capaz de recuperarme incluso yendo al límite. Y esto lo hice a mi ritmo, a mi manera, delante de la gente de mi pueblo. LLegué la última, sí. Pero llegué, lo hice, superé mi reto, me superé a mi misma y a partir ahora, cuando vuelva a correr, ya nada será igual. Ponerte un reto y lograrlo, es ¡una pasada!
La PerriSilvestre es una carrera corta, sí. Aún así se presenta bastante gente de clubs de atletismo, o sea que no es una carrera baladí, posiblemente tenga más complejidad que otras San Silvestres, multitudinarias, donde la gente va más de paseo y a su rollo. Aquí no. Aquí no hubo eso en ningún momento. Y es que a esta carrera se presenta mucha gente para hacer marcas. Y no olvidemos que esta tierra castellana es tierra de corredores. En fin, que aquí la peña apretó de lo lindo. Que nada más salir iban escopetados. Rápido. De paseo nada. Pero oye que hubo gente, por la que yo no hubiese dado un euro, amigos del pueblo, fondones, con sus barrigas y sus 40 y tantos, incluso 50 y 60 tantos, que llegaron bastante antes que yo.
O sea que en esto de las carreras y del correr hay muchos misterios que yo aún desconozco.
En estos días, concretamente el día 2, ha sido el aniversario de mi blog. Dos añitos. Otro reto superado.
Esa del gorro rosa soy yo. Sufriendo.