Volver

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
                                                   (Pablo Neruda)

Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde.
                                                                   (Jaime Gil de Biedma)

Decíamos ayer...

Más de dos años alejada del blog, ausente. Dos años tremendos. Dos años en los que podría haber escrito los post más tristes y los más emocionantes. Sin embargo dos años en los que por muchas razones he dejado de escribir y de leer blogs. 

Dos años en los que en el camino he perdido a mi padre y he ganado compañeros, amigos,  satisfacciones, profesionalidad, motivación y confianza. Pero he perdido mucho. He sufrido y gozado pero no a partes iguales porque el dolor taladra mientras que el gozo envuelve. 

Pero he decidido volver y hablar de todo. De mis tiempos pasados, de mi padre, de mí, de vosotros, del mundo, de la vida. 

Sin mucho ceremonial, como aquel Fray Luis en Salamanca: ”Decíamos ayer” es un buen apoyo para VOLVER. 

La biblioteca

Recuerdo perfectamente el primer día que fui a una biblioteca. A la de mi pueblo. Yo tendría entonces unos 9 o 10 años y la biblioteca de mi pueblo era un lugar enigmático. 
La biblioteca estaba encima de un bar. Del teleclub. No hace demasiados años que todos tenemos televisión en nuestras casas, en los años 50 no era normal tenerla, mucho menos en los pueblos, de manera que existían unos lugares llamados Teleclub, precisamente porque tenían tele. Eran bares a los que iba la gente y veía la televisión. Un poco como se hace ahora para ver los partidos de fútbol en esas plataformas de pago. El caso es que en mi pueblo la biblioteca estaba en el mismo edificio que el Teleclub. De hecho hoy en día, que el Teleclub ya ha desaparecido, la biblioteca está exactamente en el mismo lugar que estuvo este bar.
Allí, en el Teleclub, en la planta de arriba, había también una especie de salón de actos, muy desvencijado, con unas sillas de madera y asientos de espuma roja tan típicas de los cines setenteros. Era el "cineclub".
Al cineclub nos llevaba mi padre los sábados por la tarde. Tenías que sacarte un carnet, pagar una mínima cuota y podías ir al cine sábados y domingos y festivos. Los padres no podían entrar. Solo niños y adolescentes. Allí nos juntábamos los niños más inocentes con los gamberros mayores del pueblo que menos ver la película hacían de todo: pegar chicles en el pelo de las niñas, tirar pipas, intentar fumar. Había un policía local, que era "chico para todo" y una de las personas más bonachonas que he conocido, que nos vigilaba, y le hacían cierto caso, pero ya sabemos cómo va esto: por un minuto que estaban callados o tranquilos pasaban media hora dando guerra. Era una forma como otra cualquiera de darte cuenta de lo que era la vida y espabilar un poco. Las películas eran lo peor. Recuerdo que muchas eran de Lou Grant...En fin, malas. Pero eso era lo de menos. El caso es que en el mismo pasillo en el que estaba la entrada al cine, al fondo había una puerta. Tenía un cartel encima: BIBLIOTECA. A mí me llamaba mucho la atención esa puerta al fondo del pasillo que entonces me parecía largo y algo tenebroso. Muchos años después cuando volví por allí me di cuenta de que más que tenebroso era cochambroso y  que lo que en la infancia era un pasillo largo se quedó en una puerta al lado de otra.
Una tarde de sábado, ya no había cine, andábamos la pandilla de amigos dando vueltas por el pueblo, lo que solíamos hacer. Teníamos que tener más de 9 años, edad en la que se hacía la comunión en mi pueblo, porque para ir a la biblioteca desde nuestro barrio teníamos que cruzar la carretera nacional y entonces teníamos terminantemente prohibido cruzar sin un mayor. Los fines de semana se jugaba por el barrio. La biblioteca estaba en la parte de arriba, al final de la Calle Mayor, al otro lado de la carretera, así que si estábamos por esa zona es que ya habíamos hecho la comunión, que era la edad en la que nuestros padres consideraban que ya éramos mayores para poder cruzar solos. Eso o pura comodidad, porque como para hacer la comunión había que ir a catequesis, pues era más práctico dejarnos cruzar que estar todas las tardes del mes de abril pasándonos la carretera. Cosas de antes. Total que andábamos por arriba del pueblo y les dije a mis amigos: - ¡Podíamos ir a la biblioteca! y nos pareció una aventura. Tanto que ni cortos ni perezosos allí que subimos. Cuando llegamos a la puerta, no sabíamos muy qué hacer, así que llamamos. Nos abrió una mujer muy mayor, Sara, y le dijimos: - Venimos a la biblioteca. Nos invitó a pasar y entonces entramos en un lugar donde el silencio casi se podía tocar. Apenas había luz, estaba en penumbra absoluta. Sara, la bibliotecaria, estaba sentada en una de las mesas, pupitres largos corridos, de madera, con una luz individual encima, y esa era toda la luz que tenía encendida. Se intuían las estanterías y los libros. De todos modos yo creo que nosotros no éramos muy conscientes de lo que había allí, ni de lo que se hacía en una biblioteca. Sara encendió una luz general, que en aquel entonces era una luz amarillenta que apenas alumbraba un poco más que una linterna de hoy pero así pudimos apreciar las estanterías y ¡todos los libros! Empezamos a curiosear, en silencio, porque allí no se podía estar de otra manera. La seriedad de Sara y el ambiente lúgubre de la sala parecían dictarnos unas normas de conducta que todos entendimos perfectamente. Recuerdo que me llamó la atención una colección de libros, una enciclopedia, de tomos de color azul. Ese fue el primer libro que yo ojeé en una biblioteca: un tomo de una enciclopedia sobre el Microscopio. Lo cogí y me senté en uno de los bancos de los pupitres y allí estuve viendo insectos a tamaño gigante vistos a través del microscopio. 
No debió de durar mucho nuestra expedición, lo justo para saber qué había tras esa puerta y acabar con el embrujo de que sería algo mágico cuando encendió Sara las luces. 
De todos modos, a mí me fascinó aquel hallazgo. Lo sé porque aún lo recuerdo muy nítidamente en mi mente y porque ayer cuando me desperté recordándolo me puse a llorar de nostalgia por aquellas tardes de teleclub, de cine y de cuando cruzar la carretera para ir a la biblioteca era toda una aventura que si contabas en casa igual te ganabas un castigo por habernos escapado tan lejos solos. 

No me hace gracia ninguna

Alguna vez os habéis parado a pensar en todos esos vídeos, hartura de vídeos, que la gente se pasa por las redes sociales y aplicaciones de comunicación, que son de accidentes, caídas, golpes... Algunos son tremendos. El último que me ha llegado a mí es el de un coche que se sale de la autovía, vuela literalmente, y se estampa contra el rádar. No se manda como un vídeo de ¡ostras, que accidente! sino como algo gracioso: estaba tan harto del rádar que se lo llevó a casa
¡Ostras! ¿Eso es gracioso? De verdad hace gracia? Porque yo es verlo y ponérseme lo pelos de punta. Veo un ACCIDENTE GRAVE que ha podido tener consecuencias muy graves tanto para el imprudente que conduce a más velocidad de la que debe como para otros conductores a los que es posible que haya afectado. El coche sale volando, es un gran coche, una tanqueta, un todoterreno vamos. Así que igual acabó saltando la mediana...En fin...
Que a mí eso no me hace gracia. Es que no le pillo yo el punto a ver esas tontadas. 

Empezamos por eso y nos parece todo gracioso. Parecemos gilipollas. En serio. ¿Por qué se hace viral un video en el que ocurre alguna escena sexual "fuerte"? Porque somo imbéciles. La semana pasada escuchaba la noticia de que dos jugadores del Eibar andan pidiendo perdón por la difusión viral de unas imágenes de alto contenido sexual en las que aparecen ellos con una mujer. A mí señores lo que cada uno haga con partes nobles me la trae floja y yo, igual soy mojigata me lo tendré que mirar, no experimento ninguna curiosidad por semejante peli porno. El caso es que eso lo mandaría alguno de los afectados a alguien, ¿no? Según ellos no. Pero la cosa parece que va más lejos, según decía Pepa Bueno en la radio, en el vídeo la chica dice claramente que no quiere que la graben. Señores, aquí ya estamos en delito. Y volvemos a lo de siempre. Dos gilipollas, eso es lo que son, para empezar los jugadores del Eibar. ¿Pero la gente que lo ve y lo sigue mandando? ¿y  quienes tras leer este post se va a poner a buscar el vídeo (aquí)?
Lo vemos todo, somos incapaces de decir: eso no lo veo. Me niego. De eso no me río. No es gracioso. 

Mira que hay ingenio, sentido del humor fino, bueno en las redes. Pero mira que hay también gilipollas...ufff!! 

Me encanta


Mediocridad

Leo el blog de un profesor universitario, de literatura, y siempre me quedo con la terrible sensación de no saber nada de nada. Es leerlo a él y pensar que jamás hablaré de nada más, que no voy a volver a escribir, que esa entrada sobre teatro la voy a dejar. 

A mí ser profesor de universidad me parece algo muy serio. Tan serio que creo que todos los profesores de universidad, sean de la carrera que sean, deberían tener un bagaje intelectual mínimo. Y por mínimo hablo de exigente, muy exigente. Muy, muy exigente. 

Hice mi Trabajo de fin de máster (TFM) de Literatura Comparada europea, nada del otro mundo, al menos a mí no me resulto complicadíiiiisimo. No creo que mi trabajo de fin de máster fuera mejor o peor que los de otros compañeros, quizá menos profundo, o más ligero. El caso es que yo saqué un 10 y ellos no. Ese trabajo me abría la puerta directamente al doctorado, cosa a la que mi director del TFM me animó. Pero yo no estaba segura. Y me lo puso fácil. Simplemente se trataba de ampliar mi TFM, en un año podía tenerlo hecho si me lo tomaba en serio y como mucho en dos años era una mujer doctorada. Pero yo no lo veía nada claro. 
Igual soy idiota. 

Mi TFM trata de un tema que hoy por hoy no tiene más recorrido, al menos esa es mi impresión. Doctorarme en literatura con ese tipo de trabajo me parecía un verdadero fraude, para mí la primera. Yo estoy muy orgullosa del trabajo que hice en el máster y de todo lo que aprendí (aunque ya lo haya olvidado casi todo, mi mente se abrió, descubrí muchos recovecos de la literatura que desconocía y durante un tiempo estuve inmersa en ella) pero de ahí a doctorarme con una tesis absurda, pueril y facilona va un abismo. Y tras matricularme, pagar mis ciento y pico euros del ala y tener la primera reunión con mi director de tesis, decidí dejarlo. Porque no estaba convencida de querer ser un mueble más. Porque a mí tener un título más junto a mi nombre, me mola claro, me pone, pero en realidad sé que no soy lo que parezco, sino lo que demuestro.
Para qué querría yo hacer un doctorado me pregunté  y la respuesta fue sencilla: 
1. Para saber más. Para especializarme en algo. 
2. Para compartir lo que sé, para enseñarlo. 
La tesis que me proponían me daba eso: rotundamente NO. 
Me veo capacitada para ser profesora universitaria, con sinceridad y sin falsas modestias: rotundamente NO. 
No porque para ser profesora universitaria creo que debería tener una inquietud cultural e investigadora que no tengo. No, porque en los últimos 15 años de mi vida no me he dedicado a ampliar mis conocimientos, a investigar, a descubrir, a ampliar... no he estudiado apenas y tener un máster de un año no es ni mínimamente suficiente para enseñar nada a nadie. No, porque no tengo una experiencia profesional impresionante que supla mi falta de inquietud cultural.
¿Podría ser profesora universitaria? Lamentablemente sí. Porque, por desgracia, hoy profesor universitario puede serlo casi cualquiera. 

Conozco a una persona que decidió empezar a preparar su doctorado. Relacionado con la carrera que  hizo y que jamás ha ejercido. Empezó por los cursos de doctorado, tiene un máster pero no le daba acceso directo al doctorado.  Su profesión está a años luz de sus estudios de licenciatura. El doctorado que quería hacer es más un proyecto "entretenido y curioso" que una sesuda investigación acerca de nada.  Casi como mi TFM. El caso es que estando haciendo los cursos de doctorado, ni siquiera el doctorado en sí, a esta persona le ofrecieron la posibilidad de dar clase en la universidad. Como profesor asociado, es decir que el requisito más importante en este caso era el de tener otro trabajo. En las bases de la convocatoria decía ( y siempre que veáis una plaza de profesor asociado lo podéis comprobar) profesión relacionada con la materia a impartir. ¡JA! Pero ¡JA! TAMAÑO  Burj Khalifa lo que importa es que tu seguridad social te la esté pagando otro, o tú mismo (conozco el caso de profesores universitarios que se han dado de alta como autónomos para poder ser contratados) Total, que esta persona se presentó a la plaza y la cogieron. Y estuvo dando clases, no muchas horas, poquitas, de un grado que había estudiado en el siglo pasado y que se lo preparaba leyendo libros y buscando por internet. No enseñaba nada que supiese porque se dedicase a ello, ni porque su profesión la desarrollase en ese campo. No tenía más idea de lo que enseñaba que la que podían tener los mejores alumnos de un curso superior, que la que le da ser una persona de recursos y muy inteligente. Pero ¿eso es un buen profesor universitario? Realmente, a parte del ego que uno debe de sentir al salir de la universidad pensando: soy profesor aquí, en lo más íntimo de tí no piensas: y no me lo merezco
Os hablo de una universidad pública. PÚBLICA. Y os aseguro que esta persona está convencida de que sus clases y sus apuntes han marcado un hito. Que son muy apreciados. 


Por contra conozco a alguien que estudió lo mismo que yo pero en vez de por la universidad se fue a hacer un grado superior de FP. Alguien que no ha parado jamás de trabajar, emprender, aprender, investigar, en ese campo. Ha hecho de todo, ha colaborado en todo lo que ha podido y más, incluso ha invertido ahorros en sacar adelante proyectos  que no le han reportado otra cosa que satisfacción personal y perder el dinero. En fin un currante (y los profesores del instituto no daban un duro por él). Ahora tiene un trabajo muy bueno, de jefe, lo que no significa que no trabaje como el que más. Lo que tiene es más que merecido y ganado. Lleva más de 20 años desarrollando su trabajo en la misma profesión y creo que entiende de lo que hace.  Pues a él también le ofrecieron dar clases en la universidad. Como asociado, claro. Y se lo pensó. Se lo pensó porque para él que nunca ha pisado una universidad como estudiante eso eran palabras mayores. Pero qué leches, conocía a la perfección la asignatura que tenía que impartir, trabaja en ello a diario. Tiene mil experiencias que compartir, mil puntos de vista "suyos", que no le hace falta leer los de nadie, para enseñar. Sabe, conoce, es un experto en esa materia. Al final aceptó. En esta ocasión se trata de una universidad privada. 

La primera persona, seguro porque la conozco, dio a sus alumnos unas buenas clases, les hizo pensar, les enseñó algo que no sabían, eso no lo dudo porque yo he aprendido más escuchándole hablar a ella de ciertos temas que a muchos de mis profesores de la universidad. Estudiamos algo muy parecido.
Mientras que el segundo les aportó el dominio de la materia, la vida en bruto, la realidad, lo tangible, lo real, la experiencia,  lo que ellos, yo creo, necesitan para salir al mundo.
Ambos estaban dando clases en el mismo grado. No en la misma universidad.


A ambos Hacienda les crujió en su declaración de la renta, total que no les salía a cuenta dar clases, ganar dinero no ganaban nada. Aunque mi amiga asegura que sólo dando clases esas poquitas horas se podría vivir muy bien (creo que su sueño más íntimo es retomar el tema universitario una vez que sus compromisos como madre se lo permitan). Ella lo dejó. 
 Mi otro amigo siguió. También me dijo algo de que Hacienda le quitaba lo ganado, o sea que al final no ganaba un duro por ser profesor, pero que le encantaba serlo. Que le había picado ese veneno. 

Entre el profesor universitario que yo sigo y estas dos personas hay un abismo, y no de edad, porque se llevaran apenas 20 años, pero sí de conocimientos y dominio de la materia y la forma de transmitirlo. Entre el catedrático que me propuso a mí hacer el doctorado y lo que yo hubiese aportado a la literatura con mi tesis seguiría habiendo un abismo. Toda esta proliferación de universidades, hoy en día cualquier capital de provincias ofrece los grados más peregrinos, ha derivado, según mi impresión personal, en una reducción importante de la calidad de la enseñanza. Yo no puedo decir que tuviera profesores brillantes en mi carrera, al menos no recuerdo a ninguno con especial cariño o admiración. Sí los he tenido en el Máster. He tenido profesores  de esos que intuyes eruditos. Que admiras y que deseas complacer intelectualmente. De esos que te incitan a querer saber más y a darte cuenta de que cada vez sabes menos. La verdad es que no sé si pasa algo , grave, porque nuestros profesores sean mediocres. Sinceramente, creo que tal y como nos vamos aburguesando a medida que maduramos lo mismo nos da tener buenos o mediocres enseñándonos.
Es todo muy mediocre. Y lo que más me molesta es que haya quien se crea que esa mediocridad es talento.