...........Sin título.........

Llevo un tiempo releyendo mi propio blog, intentando encontrarme en aquello que escribí, por cierto bastante más interesante, entretenido, currado que lo que escribo ahora. 
   Hace tiempo, casi un año para ser exactos, que no tengo mucha inspiración al escribir, no por los temas que acuden a mi cabecita en cualquier momento, ¡la de entradas de blog que he escrito mentalmente! pero luego no me apetece plasmarlo, o más bien me cuesta hacerlo. 

A esta abulia se une que este blog ya no es mi espacio como lo era antes. Empezar un blog ilusiona, en mi caso tenía ganas de escribir, era una necesidad y me servía de desahogo en momentos de tensión, me ha servido para mostrar mi sentido del humor y cierta creatividad. El blog me ha ayudado a pasar soporíferas tardes de playa entretenida, a tener ratos íntimos conmigo misma, a reflexionar, a superarme y a reírme. 

Me encantaba porque me sentía libre, era una desconocida en el mundo virtual y ese anonimato me ayudaba a escribir sin censura. Tanto en mi blog como en otros blogs que leía. 
Pero ya no es así. 
Ya no soy anónima. Ni siquiera para aquellos que no me conocéis. Hay personas que han llegado a este blog y se han dado cuenta de que soy aquella chica que estaba con ellos en clase. Soy una persona de carne y hueso para algunos, soy alguien a quien otros han cogido cariño, alguien que primero inspiro cariño y luego indiferencia, alguien indiferente desde el principio y alguien a quien leer, por pura inercia, pero que nunca gustó. Soy alguien y ser ese alguien no me sienta bien. Me hace vulnerable y me genera ansiedad. 

Tengo que empezar de nuevo, porque no quiero dejarlo, no quiero dejar mi espacio porque me haya dejado invadir. Tener un blog en cierto modo es una acto de altruismo con cierta dosis de exhibicionismo y una buena parte de ingenuidad. No soy, ni lo he pretendido nunca, una bloguera seguida, el adjetivo muy sería una hipérbole que no merezco. Pero me da igual. No quiero carantoñas, ni caricias, ni que me dore la píldora nadie, pero he de reconocer que ha habido temas duros, en los que me he mostrado desnuda, que recibieron respuestas que me hirieron. Y tan vulnerable soy que esos dardos, que vienen desde alguien que no conozco ni me conoce, me han hecho daño. 

Estoy un poco perdida con todo y creo que necesito cambiar. Quisiera escribir todo lo que me pasa por la cabeza pero ya no puedo, porque no soy anónima. Me autocensuro. 

No, no soy tan ogro como yo me pinto, ni tan amiga como a veces he podido parecer. Soy una persona normal, con los problemas que todos tenemos, nada extraordinario, soy alguien a quien la envidia a veces le hace daño y que lucha, casi a diario, por no compararse con los demás. Soy solitaria, solitaria de verdad, y quienes me conocen en persona saben que un beso mío no es un beso más, que un abrazo mío no es un abrazo más pero que quizá ni ese beso, ni ese abrazo lleguen nunca. 

No soy seria, ni arisca. Me gusta ser amigable y entre echar una mano o mirar indiferente siempre elegiré lo primero, pero eso no significa que vaya a darte un beso.

Agradezco infinitamente todos y cada uno de los comentarios que dejáis caer por aquí. Agradezco ese tiempo, pero sobre todo es emocionante cuando esos comentarios transmiten que he conectado con alguien, que he tocado la fibra de alguien, que he emocionado o generado complicidad. Me gusta saber que hay cosas que nos unen.

No me gustan los compromisos. El compromiso, en ocasiones, tiene un componente muy elevado de compasión y la compasión a veces es condescendencia y mirar a los demás desde lo alto. No, definitivamente nunca he sido de hacer cosas por compromiso. Eso, a veces, acarrea problemas. O incomprensión.

Deseo volver a ser anónima. Lo que significa que deseo ser yo, escribir sin censuras, sin ponerme limitaciones. Siempre he tenido tendencia a ponerme trabas a mí misma y estoy en el camino de tirar lastre.

La gente suele decir que la década de los 40 es especial porque te permite ser tú misma, sin importarte mucho nada. No me ha pasado aún, pero estoy decidida a que sea así. En menos de unos días hago 43 años. No pretendo tener 20, ni 30. Ya los tuve. Ya sé que es tener esos años y ya tuve mi vida y mi tiempo durante esas décadas. Viví como me dio la gana y ahora estoy a otras cosas. No soy joven, ni lo pretendo. Es más, ni siquiera quiero serlo. Quiero ser mayor, parecer mayor y comportarme como una persona mayor. Eso no significa que la vida se acabe, eso no significa que no tenga edad para hacer lo que me de la real gana, para trabajar en lo que me apetezca. Si soy muy mayor para algo lo decidiré yo, no la sociedad. Ni tú que lees esto.

Y así, sin más acabo este post. Posiblemente el último del año.

Feliz Año a todos
Que vuestros mejores deseos se hagan realidad y sigan siendo causa de felicidad y alegría 






Dime de qué presumes...Tener mucho vello corporal.

Dime de qué presumes...Es un dicho que creo que es bastante real. 

Cuando era niña- jovenzuela mis pelos de las piernas me traían de cabeza. Tenía mucho, mucho, pero muuuucho vello. Demasiado. Mucho más que otras chicas, sin comparación. Mucho más que muchos chicos incluso. Muchísimo. Tanto que no presumía de ello. Era tabú. No secreto, pero sí algo que me avergonzaba y que en verano, sobre todo, me impedía llevar una vida cómoda y práctica. 
Las faldas o los pantalones cortos estaban prohibidos.  También en invierno, con medias, porque por increíble que parezca en mis años mozos las medias negras tupidas no existían. Era la época de las medias cristal. ¡Qué adolescencia Gensanta!
Hace poco encontré unos pantalones cortos Pepe Jeans de la talla 38¡¡¡ ¿míos? De cuando tenía 20-22 añitos que me dejaron flipada del tipo que debía de tener yo entonces. Pues esos pantalones gracias a mis pelos igual me los puse una o dos veces. en fin, que era un auténtico rollo y también un maldito complejo. 

    Peeeroooo la gente, las chicas, las amigas y conocidas siempre tenían más pelos que nadie,¡¡ más que yo!! ¡¡JAAAA!!! Me ponían mala esas milindres del pelo, esas que se lo quitaban con cuchilla en la ducha cada mes y medio y decían que tenían "muchísimos pelos" esas que se hacían la cera cada año bisiesto pero que por supuesto tenían más pelos que nadie. 
Yo les miraba las piernas y las entrepiernas, esos bañadores (los 80 fueron más de bañador, que le vamos a hacer, entre pelos y bañadores un desperdicio de cuerpazo el mío) altos de ingle, que unían ingle y sobaco sin temor al abismo, y yo miraba y yo envidiaba y yo odiaba a esas personas por poder llevar faldas y vestidos cuando quisieran. Por poder ponerse un vestido cuando de repente la primavera llegaba y de la noche a la mañana, de la mañana a la tarde una sentía calor y decía: 
- "Mañana saco del armario el vestidito ese tan mono....." 

Odiaba esa facilidad. En mi caso era algo así como hacer una oposición. Porque tengo pelos desde que tengo uso de razón y conciencia de que mi cuerpo es importante. Y mi madre, que no tiene pelos, no podía comprender que yo (o mi hermana) con 12 años no quisiéramos llevar las piernas al aire y no entendía que quisiéramos depilarnos. Porque entonces, parece ser que depilarse era cosa de mayores...O yo qué sé, de frescas, de casquivanas, de señoritas de mala reputación...pero el caso es que era una guerra constante con ella. 
Me quiero depilar

No
Por qué no
Porque no te hace falta
¿Que no me hace falta, pero tú me has visto las piernas? porque yo aún no he podido vérmelas
Eres muy pequeña para eso
¿Pequeña?, pero qué pasa con la depilación, ¿acaso te deja embarazada o qué?
Que no
Mamá, aunque solo sea la mitad de las piernas 
No te hace falta
JoooooooooooooooooooooOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO¡¡¡¡¡¡¡¡
Llantos, gritos, protestas, odios maternales....Aquí cabía de todo. 
Y yo terminaba comprándome crema deliplatoria a escondidas, aguantando broncas de mi madre cuando se enteraba...En fin. Tragedias domésticas. Y menos mal que una prima mía, diez años mayor que yo, se dio cuenta de que me estaba quitando el bigote con la maquinilla de afeitar de mi padre y me dijo: 
¡¡¡Va de retro!!!!! no hagas eso ¡loca! que terminará saliéndote el pelo más negro y fuerte que las barbas de San José. 

Y me propuso quitármelo con cera. Menos mal...menos mal.
Al final conseguimos que nos compraran una depiladora para casa, de cera, de esas de cubeta y ¡ale, pim, pam! Era lo más sofistificado que había entonces. 
Pensar en depilarse era hacer toda una declaración de intenciones, era un calvario pero que prometía una gratísima recompensa. Eso sí, poco duradera porque la depilación perfecta duraba hora y media. A las dos horas, en mi caso, ya volvían a asomar cientos de cabezas pelos negros, de cada poro tres como mínimo. Desolador. 
Cuando llegó el momento de depilarme las inglés...ufff, creo que todavía puedo sentir ese tirón de la cera, ese calor de la cera sobre la piel sensible que tenemos ahí. Era una cuenta atrás mental tremenda: 
a la de tres, venga...una, dos, tres....psssss, hummm, Ains, que no puedo. ¡Venga ahora sí! a la de tres: AHHHH!!!1 ¡¡¡UFFFF!!! ¡¡¡OHHH!! Ale, ya está, una hecha...ahora solo queda repasarla. Uff, a por la otra. 

Horrible. De verdad. Tortura. Eso era, una tortura. 

Cuando mi cuerpo era solo mío, para mi uso y disfrute lo llevaba mal, pero es que cuando llega esa edad en la que te gustan los chicos, te hierve la sangre, te bulle el frinstro...En fin, cuando quieres darlo todo, entonces el tema pelo era...iba a decir una putada, pero no, era el mejor cinturón de castidad jamás conocido. Al menos yo no estuve dispuesta jamás a mostrar aquel matorral velludo en todo su esplendor. Y mientras tuve pelos a mansalva me mantenía firme. Eso sí cualquier amago de cita, de verbena a la vista, de fiesta loca incluía un paso por la depilación, que en mi caso ya he dicho era un ritual que necesitaba de calentamiento y preparación mental previa. 

Se simplificó algo con la llegada de la epilady. Bastante. Aunque las primeras hacían mucho daño. Muchísimo. No recuerdo el tiempo que me llevaba depilarme, pero calculo que de una hora larga, por pierna + ingle correspondiente, no bajaría. Seguro. 

Aún así, ellas decían que tenían muchos pelos. Muchísimos. Y yo callaba. Tener pelos me jodía tanto que si querían tener más mejor para mí. Si les fastidiaba la mitad que a mí eso que ganaba yo callando. Dejaba para ellas el absurdo honor de ser las más peludas. A veces tuve la tentación de enseñar los míos, pero no lo hice. Sabía y sé que si lo hubieran visto pensarían que era un monstruo o algo del estilo. No, eso era mío. 

(Inciso: fijaos si mi tema pelos era duro que alguna vez me planteé el ser azafata, de avión, pero descarté la idea porque las azafatas siempre iban con falda y eso para mí era imposible. Tampoco se tenía la información que se tiene hoy, yo al menos no la tenía. Y luego dicen que se vivía antes mejor....)

Y llegó la depilación láser. Pero para entonces yo ya era una mujer adulta, con mi complejo asumido y llevando una vida muy incómoda, sobre todo en verano y en pareja, pero por lo menos me depilaba cuando me daba la gana. Y el láser al principio era muy caro. Mi hermana, en cuestión pelil quizá la única que podía decir que tenía más que yo,  pasó la primera por esa maravillosa experiencia, se dejaba casi el sueldo, pero era feliz. 
Recuerdo que el día que le vi las piernas lisas, lisas, lisas, sin atisbo de pelo, pelusilla, puntos negros deseando explotar la piel, cuando vi esas piernas de persona que NO TIENE PELOS, ¡quedé maravillada! y dije: 
Yo quiero eso. Me da igual lo que cueste. Lo quiero, lo quiero, lo quiero. Funciona. El láser funciona. 

Mi hermana iba a un centro, el primero que se abrió en Madrid, que para mí seguía siendo imposible de pagar. 
Hasta que se empezó a democratizar esto del pelo a tomar por culohastaluegohastanunca y abrió una cadena que me permitía darme ese placer, al menos en medias piernas e inglés. De momento eso ya sería una liberación. Y lo fue. Y tuve suerte, mucha. Porque con solo 2 sesiones de láser mis piernas eran otras y no me hicieron falta muchas más, mi pelo enseguida desapareció. Pasarme un verano entero ¡sin pelos!, despreocuparme por completo de ellos, ponerme la ropa que me diera la gana, mirarme las piernas y ver ¡piel! mis inglés ¡limpias! fue una de las mejores sensaciones de mi vida. De las mejores. Enseguida me olvidé de mi yo velludo. Creo que tardé exactamente tres segundos en aceptar mi nuevo estado a-pelil. 

Por eso, si tú, tu hija, tu amiga, alguien de tu entorno tiene pelos, siente complejo por ello, te digo que no lo dudes: no hay mejor inversión. Ganas en belleza y sobre todo en salud mental. 


(No es ningún post promocional, a mí no me pasan esas cosas. Esto es, como todo en este blog, mi vida al desnudo. Pero por si le sirve a alguien el láser que a mí me fue de fábula es Alejandrita, luego he probado fotodepilación y aunque ha sido menos dolorosa no he dado tan buen resultado. Sí, mi pelo era negro, negro, fuerte, fuerte, fuerte, de cada poro salían 3 pelos mínimo y mi piel no es blanca nuclear).
Este consejo vale tanto para mujer como para hombre. Fuera tópicos. Si no te gusta el pelo, no te gusta. Y no hay nada más que hablar.


En honor a aquellos que en Navidad no disfrutan.


 Es inevitable llega la Navidad y el aire que respiramos tiende a dulcificarse como si la calles estuvieran plagadas de puestos de gofres. 
No odio la navidad, aunque hay momentos en los que me supera tanto envoltorio y lentejuela mental. La Navidad  es como una especie de  fiestas de tu pueblo pero a lo grande. Son fiestas de tu pueblo en casi todo el mundo mundial. Todos estamos de fiestas los mismos días. Celebramos lo mismo que es una mezcla de amor, familia, ñoñez, compras, regalos y gula. La Navidad no me molesta, tiene su punto, lo que me molesta es que todo tenga que ser tan... iba a poner perfecto, pero no es el adjetivo, no es perfecto es algo así como especial, elegante, entrañable y festivo. Una mezcla. 

He leído últimamente por ahí cosas malas de la Navidad que me han dejado con la boca abierta. Gente que aparentemente adora la navidad pero que le ve su lado malo, como por ejemplo: 
- engordar unos kilos
- tener muchos platos acumulados para fregar al día siguiente a Nochevieja.
- Tener resaca de beber y comer...
Y me he enfadado un poco.


No pretendo hacer demagogia, pero hay gente, (alrededor de cada uno de nosotros hay gente así) que esta Navidad, o la pasada o la próxima van a pasarlo mal precisamente porque su ánimo no está para fiestas. Porque algo les ha pasado que les merma su alegría por completo (y nada tiene que ver con engordar, fregar o encontrar modelazo para la fiesta de turno). Porque como la Navidad se empeña en felicidad, familia perfecta, sonrisa profiden, todos reunidos para comer, hay quién ya no tendrá en su mesa a seres muy queridos. 
Esa gente es la que preferimos que en Navidad se hagan  invisibles, porque nos fastidian nuestra alegría y nuestras ganas de ¡qué bello es vivir! Estas personas durante este mes tan maravilloso tienen que tragarse su pena porque los demás nos hemos empeñado en que hay que sonreír - "mujer a mal tiempo buena cara", para ir de cenas, para quedar y beber champán, para hacer miles de regalos...para poner la casa bonita (u horrible, según gustos). 
Lo cierto es que nos guste o no hay personas que están en su pleno derecho de no querer seguir este mantra. Pero lo que es aún peor, hay personas que es que no pueden tirar tan alto de su ánimo estos días y el que haya personas por ahí diciendo que lo peor de la navidad son cosas tan mundanas como las anteriores no ayudan para nada. 

La enfermedad, la muerte, la falta de dinero (léase trabajo, trabajo cutre, muchos gastos principales, deudas a tutiplén), la falta de expectativas personales, la tristeza, el dolor, la invisibilidad, el desdén, la falta de empatía...son para mí los verdaderos puntos negativos de la navidad. 

No sé, parad a pensar, no se trata de que no haya que ver el vaso medio lleno, que eso hay que intentarlo siempre, por supuesto, pero vamos a ponernos un rato en sus pellejos y si tenemos amigos, familias, vecinos, conocidos que estos días van a saturarse y posiblemente pasarlo fatal por lo menos intentemos que sepan que su pena, su falta de ánimo, su agobio no nos molesta. Porque a veces la única forma de acabar con la pena es vomitarla encima de lo que haga falta, que al fin y al cabo es lo mismo que ocurre con tanta alegría y buen rollo en estos días: que algunos nos lo están vomitando continuamente. La felicidad empacha y la pena... de la pena lo que tememos es el contagio, porque todos sabemos que tarde o temprano habrá una Navidad que nos la sude, en serio, tanto muérdago y demás.