Leo el blog de un profesor universitario, de literatura, y siempre me quedo con la terrible sensación de no saber nada de nada. Es leerlo a él y pensar que jamás hablaré de nada más, que no voy a volver a escribir, que esa entrada sobre teatro la voy a dejar.
A mí ser profesor de universidad me parece algo muy serio. Tan serio que creo que todos los profesores de universidad, sean de la carrera que sean, deberían tener un bagaje intelectual mínimo. Y por mínimo hablo de exigente, muy exigente. Muy, muy exigente.
Hice mi Trabajo de fin de máster (TFM) de Literatura Comparada europea, nada del otro mundo, al menos a mí no me resulto complicadíiiiisimo. No creo que mi trabajo de fin de máster fuera mejor o peor que los de otros compañeros, quizá menos profundo, o más ligero. El caso es que yo saqué un 10 y ellos no. Ese trabajo me abría la puerta directamente al doctorado, cosa a la que mi director del TFM me animó. Pero yo no estaba segura. Y me lo puso fácil. Simplemente se trataba de ampliar mi TFM, en un año podía tenerlo hecho si me lo tomaba en serio y como mucho en dos años era una mujer doctorada. Pero yo no lo veía nada claro.
Igual soy idiota.
Mi TFM trata de un tema que hoy por hoy no tiene más recorrido, al menos esa es mi impresión. Doctorarme en literatura con ese tipo de trabajo me parecía un verdadero fraude, para mí la primera. Yo estoy muy orgullosa del trabajo que hice en el máster y de todo lo que aprendí (aunque ya lo haya olvidado casi todo, mi mente se abrió, descubrí muchos recovecos de la literatura que desconocía y durante un tiempo estuve inmersa en ella) pero de ahí a doctorarme con una tesis absurda, pueril y facilona va un abismo. Y tras matricularme, pagar mis ciento y pico euros del ala y tener la primera reunión con mi director de tesis, decidí dejarlo. Porque no estaba convencida de querer ser un mueble más. Porque a mí tener un título más junto a mi nombre, me mola claro, me pone, pero en realidad sé que no soy lo que parezco, sino lo que demuestro.
Para qué querría yo hacer un doctorado me pregunté y la respuesta fue sencilla:
1. Para saber más. Para especializarme en algo.
2. Para compartir lo que sé, para enseñarlo.
La tesis que me proponían me daba eso: rotundamente NO.
Me veo capacitada para ser profesora universitaria, con sinceridad y sin falsas modestias: rotundamente NO.
No porque para ser profesora universitaria creo que debería tener una inquietud cultural e investigadora que no tengo. No, porque en los últimos 15 años de mi vida no me he dedicado a ampliar mis conocimientos, a investigar, a descubrir, a ampliar... no he estudiado apenas y tener un máster de un año no es ni mínimamente suficiente para enseñar nada a nadie. No, porque no tengo una experiencia profesional impresionante que supla mi falta de inquietud cultural.
¿Podría ser profesora universitaria? Lamentablemente sí. Porque, por desgracia, hoy profesor universitario puede serlo casi cualquiera.
Conozco a una persona que decidió empezar a preparar su doctorado. Relacionado con la carrera que hizo y que jamás ha ejercido. Empezó por los cursos de doctorado, tiene un máster pero no le daba acceso directo al doctorado. Su profesión está a años luz de sus estudios de licenciatura. El doctorado que quería hacer es más un proyecto "entretenido y curioso" que una sesuda investigación acerca de nada. Casi como mi TFM. El caso es que estando haciendo los cursos de doctorado, ni siquiera el doctorado en sí, a esta persona le ofrecieron la posibilidad de dar clase en la universidad. Como profesor asociado, es decir que el requisito más importante en este caso era el de tener otro trabajo. En las bases de la convocatoria decía ( y siempre que veáis una plaza de profesor asociado lo podéis comprobar)
profesión relacionada con la materia a impartir. ¡JA! Pero ¡JA! TAMAÑO
Burj Khalifa lo que importa es que tu seguridad social te la esté pagando otro, o tú mismo (conozco el caso de profesores universitarios que se han dado de alta como autónomos para poder ser contratados) Total, que esta persona se presentó a la plaza y la cogieron. Y estuvo dando clases, no muchas horas, poquitas, de un grado que había estudiado en el siglo pasado y que se lo preparaba leyendo libros y buscando por internet. No enseñaba nada que supiese porque se dedicase a ello, ni porque su profesión la desarrollase en ese campo. No tenía más idea de lo que enseñaba que la que podían tener los mejores alumnos de un curso superior, que la que le da ser una persona de recursos y muy inteligente. Pero ¿eso es un buen profesor universitario? Realmente, a parte del ego que uno debe de sentir al salir de la universidad pensando:
soy profesor aquí, en lo más íntimo de tí no piensas:
y no me lo merezco.
Os hablo de una universidad pública. PÚBLICA. Y os aseguro que esta persona está convencida de que sus clases y sus apuntes han marcado un hito. Que son muy apreciados.
Por contra conozco a alguien que estudió lo mismo que yo pero en vez de por la universidad se fue a hacer un grado superior de FP. Alguien que no ha parado jamás de trabajar, emprender, aprender, investigar, en ese campo. Ha hecho de todo, ha colaborado en todo lo que ha podido y más, incluso ha invertido ahorros en sacar adelante proyectos que no le han reportado otra cosa que satisfacción personal y perder el dinero. En fin un currante (y los profesores del instituto no daban un duro por él). Ahora tiene un trabajo muy bueno, de jefe, lo que no significa que no trabaje como el que más. Lo que tiene es más que merecido y ganado. Lleva más de 20 años desarrollando su trabajo en la misma profesión y creo que entiende de lo que hace. Pues a él también le ofrecieron dar clases en la universidad. Como asociado, claro. Y se lo pensó. Se lo pensó porque para él que nunca ha pisado una universidad como estudiante eso eran palabras mayores. Pero qué leches, conocía a la perfección la asignatura que tenía que impartir, trabaja en ello a diario. Tiene mil experiencias que compartir, mil puntos de vista "suyos", que no le hace falta leer los de nadie, para enseñar. Sabe, conoce, es un experto en esa materia. Al final aceptó. En esta ocasión se trata de una universidad privada.
La primera persona, seguro porque la conozco, dio a sus alumnos unas buenas clases, les hizo pensar, les enseñó algo que no sabían, eso no lo dudo porque yo he aprendido más escuchándole hablar a ella de ciertos temas que a muchos de mis profesores de la universidad. Estudiamos algo muy parecido.
Mientras que el segundo les aportó el dominio de la materia, la vida en bruto, la realidad, lo tangible, lo real, la experiencia, lo que ellos, yo creo, necesitan para salir al mundo.
Ambos estaban dando clases en el mismo grado. No en la misma universidad.
A ambos Hacienda les crujió en su declaración de la renta, total que no les salía a cuenta dar clases, ganar dinero no ganaban nada. Aunque mi amiga asegura que sólo dando clases esas poquitas horas se podría vivir muy bien (creo que su sueño más íntimo es retomar el tema universitario una vez que sus compromisos como madre se lo permitan). Ella lo dejó.
Mi otro amigo siguió. También me dijo algo de que Hacienda le quitaba lo ganado, o sea que al final no ganaba un duro por ser profesor, pero que le encantaba serlo. Que le había picado ese veneno.
Entre el profesor universitario que yo sigo y estas dos personas hay un abismo, y no de edad, porque se llevaran apenas 20 años, pero sí de conocimientos y dominio de la materia y la forma de transmitirlo. Entre el catedrático que me propuso a mí hacer el doctorado y lo que yo hubiese aportado a la literatura con mi tesis seguiría habiendo un abismo. Toda esta proliferación de universidades, hoy en día cualquier capital de provincias ofrece los grados más peregrinos, ha derivado, según mi impresión personal, en una reducción importante de la calidad de la enseñanza. Yo no puedo decir que tuviera profesores brillantes en mi carrera, al menos no recuerdo a ninguno con especial cariño o admiración. Sí los he tenido en el Máster. He tenido profesores de esos que intuyes eruditos. Que admiras y que deseas complacer intelectualmente. De esos que te incitan a querer saber más y a darte cuenta de que cada vez sabes menos. La verdad es que no sé si pasa algo , grave, porque nuestros profesores sean mediocres. Sinceramente, creo que tal y como nos vamos aburguesando a medida que maduramos lo mismo nos da tener buenos o mediocres enseñándonos.
Es todo muy mediocre. Y lo que más me molesta es que haya quien se crea que esa mediocridad es talento.